Hace unos días leí un post dedicado a la abuela de una bloggera. Me llegó al corazón y me hizo recordar a mi familia, me prometí que tenía que escribir algún día sobre esto. Yo recordaba una foto, que era entrañable para mi, y que cada vez que la veía una sonrisa aparecía en mis labios, esta noche, noche típica de insomnio en mi vida, me puse a buscarla y por fin la encontré, y aquí la tenéis.
Estas son mis dos tías abuelas. A mi abuela por parte de madre jamás la conocí, murió antes de que yo naciera, pero la vida fue amable conmigo y me dejó estas dos personas para las que yo era su ojito derecho.
Eran cuatro hermanos, tres chicas y un chico. Mi abuela de verdad se quedó en le pueblo y los restantes se vinieron a vivir a Madrid, como hacían antiguamente y veíamos en las pelis de Paco Martínez Soria, se vinieron a servir.. Estando aquí, la más mayor conoció a un hombre y se casó con él, aunque a pesar de ello siguieron viviendo juntos en el mismo patio, esas casas antiguas bajitas con un patio común para toda la vecindad. Lo más curioso de esta historia es que gracias a este matrimonio yo estoy aquí, y se lo tengo que agradecer toda mi vida. Mi tía abuela quería horrores a su sobrina y tras un desamor de mi madre en el pueblo, la invitó a pasar una temporada en Madrid. Al llegar aquí mi madre conoció al hermano de su marido, un hombre muy apuesto, alto guapo, con el pelo muy moreno y rizado, típico Segoviano castellano. Este al conocer a mi madre se encandiló de ella, y finalmente, tras un año viéndose y escribiéndose cartas, conquistó su corazón. De tal manera que mi tía abuela se convirtió en mi tía-tía abuela.
Yo las adoraba, eran dos personajes entrañables a su modo. Una de ellas era tremendamente charlatana, bajita y muy regordeta. Era presumida, le encantaba arreglarse las uñas y darse cremitas, era caprichosa, tenía todo aquello que le gustaba, y como a unos de sus sobrinos nietos le gustara algo, al día siguiente lo tenía. Era tremendamente católica, estaba todo el día rezando a los Santos. Siempre le decía: “Si al final te van a conceder todo lo que les pides, les tienes que tener aburridos de tanto que hablas con ellos”.
La otra era todo lo contrario, era delgadita, ahorrativa hasta llegar a ser tacaña. No comía por no gastar. Pero lo curioso es que era tacaña para ella, por que para nosotros siempre tenía mil pesetas para darnos cuando íbamos o venía a vernos. Era una mujer de armas tomar, nadie podía hacerle nada malo, por que se vengaba, y bien que se vengaba. Me contaron una historia de un día, aquellos tiempos de guerras y franquismos, que uno del pueblo se metió con su madre por envidia, y consiguió que la metieran en el calabozo unos días por que la vio leyendo revistas de moda y eso era apología del comunismo. Mi tía abuela, que estaba sirviendo en una casa de un militar de alto cargo en Sevilla, en un descuido de éste le cogió de su despacho una hoja con el membrete del militar, y mandó una carta a Madrid, a jefatura del policía, haciéndose pasar por el militar, denunciando a esta persona por estraperlo. Al final desde Madrid mandaron a la Guardia Civil, y, efectivamente le pillaron con todo el tinglado montado, y el que acabó en el calabozo fue él. Fue así toda su vida, siempre decía, las cosas se han de callar, y cuando menos lo esperan, y por detrás, meter la mano.
Eran completamente diferentes, siempre me preguntaba como podía ser dos personas tan diferentes viniendo de una misma madre, hasta que un día me lo descubrieron, y esto será motivo de otro post, eran de la misma madre, pero no del mismo padre. Mi bisabuela con sus santas narices, fue una mujer de su tiempo, y tuvo cuatro hijos de tres hombres diferentes en aquellos tiempos, sin que en aquellos tiempos nadie la considerara una puta en el pueblo. También fue una mujer de armas tomar.
La semana que viene hará un año que murió la última tia abuela que me quedaba, la de la denuncia. Para mi fueron mis dos abuelas. Me mimaron, me quisieron, me adoraron, me cuidaron, me regañaron, me castigaron, me alabaron, me adoraron. Ambas murieron conmigo, con ambas pasé los últimos días de su vida en el hospital. La última, el último año vivió en mi casa conmigo tras una rotura de cadera, y con ella pasé las últimas horas en el hospital intentando tranquilizarla por que ya sabía que sus días se acababan. Ahora que lo estoy recordando, ahora que va a hacer un año, estoy llorando por que las echo de menos, y estoy llorando también pero no por pena de no tenerlas a mi lado, si no de alegría por que la vida me concedió a dos personas tan maravillosas como ellas.
Va a hacer un año que se fue mi segunda abuela y creo que ambas se merecen un tributo por mi parte. Allá donde estén se que como siempre se estarán peleando como buenas hermanas, una por que siempre quería estar encima de la otra, y la otra llamándola “gambetosa” por que no dejaba de hablar. Pero a pesar de estar siempre discutiendo, no podían vivir la una sin la otra. Y se que allí donde estén, me están viendo, me están observando y me están controlando, por que les encantaba saber que hacía yo las 24 horas del día, y se que me están cuidando y protegiendo.
Las echo de menos, y mucho, tanto como a mi padre, pero se que están ahí, y eso me reconforta.
A lo mejor os he aburrido con esta historia, pero creo que ellas se merecen este homenaje.
ABURRIR ??? Tu estas tonta !!! Es una historia preciosa y sí que te estan viendo y ahora mismo sonriendo y diciendo:
_ Vaya solete de pichurrina que tenemos y que bien escribe la jodida
y tu padre estara diciendo :
_ Es que la hice con dos cojones !!!
Vaya hombre , ya dije un taco , jolin ahora que ya me habia quitado la mania ;)
Besitos con baborris.